domingo, 17 de septiembre de 2017


Pecado

Hola, escribió él al finalizar la tarde. Pasé por aquí a saludarte. Te estaba pensando. El silencio que sobrevino fue corto. Me gusta que me pienses, contestó ella desde el otro lado del mundo, que era su misma ciudad. Sus ojos agatunados se adueñaron, una vez más, de su imaginación. No pensarte sería un pecado, contestó él. Me gusta pecar, agregó, pero no en esto. El silencio, ahora, fue largo.

viernes, 8 de septiembre de 2017


Visita nocturna
 

La mujer anticipó la llegada de su visita.
Se miró al espejo. El pelo corto, ahora teñido de rubio. Los labios del color de la sangre. Voluptuosos. Y, salvo una cadenita de oro en el tobillo izquierdo, nada más.
Sonó un timbre. Luego otro. No dio tiempo para un tercero.
Abrió la puerta y dejó que la visita entrara, cuyo rostro se transformó en sorpresa. Detuvo el gesto de saludo en el aire. Sus ojos bajaron la mirada para descubrir el cuerpo desnudo de su anfitriona. Nunca la había visto así.

Es bella. Es hermosa. Demasiado hermosa. Me habré equivocado, pensó.

Sin embargo, el perfume le envolvió con su abrazo y sus labios recibieron un largo beso de bienvenida. Devolvió el beso casi por instinto, sin saber qué hacer con sus manos.

Nunca le habían recibido así.

Hola, dijo al fin. No esperaba esto.

La mujer de pelo corto solo sonrió, se arregló el pelo con la mano e invitó a su visita a pasar.
 
Me he cambiado el pelo, dijo al pasar.

Te queda lindo, muy lindo, dijo la visita, quitándose el abrigo. Quedaron de frente, en medio de una pequeña sala. No volvieron a hablar con palabras. Solo lo hicieron con los ojos. Y con las manos.

Entre mujeres se entienden bien, incluso sin palabras.

domingo, 3 de septiembre de 2017


Asesina


El encuentro fue en el baño del bar, pasada ya la medianoche. Se besaron con frenesí, sus lenguas chocaron y se enredaron. Él tenía en su boca el sabor amargo del cigarrillo, ella sabía a jazmines. Con un ademán, dejó que sus senos escaparan del vestido. Con otro movimiento más sutil, deslizó el cierre del pantalón del hombre y extrajo su miembro. Lo manipuló con destreza, haciendo gala de su maestría. Se limitó a mirarle a los ojos como el gato que observa atentamente al ratón.


Él se dejó hacer como en un sueño. Cuando supo que estaba por estallar, ella se acercó más y le besó, succionando cada gota de saliva, mientras un torrente blanco brotaba a borbotones y manchaba el piso. Las piernas del hombre comenzaron a temblar, a flaquear. Sintió que la vida se le escapaba, como si con ese beso se le diluyera hasta el alma.


Un instante después, no supo nada más. Todo se volvió oscuro. Su cuerpo resbaló contra la pared y quedó sentado en el piso, sucio de colillas y orines, con las piernas abiertas y el miembro ya flácido salido de su bragueta. Su corazón ya casi no latía.


Ella se arregló el vestido y salió, llevando consigo un brillo nuevo, distinto, en sus ojos negros.