Pecado
Hola, escribió él al
finalizar la tarde. Pasé por aquí a saludarte. Te estaba pensando. El silencio que
sobrevino fue corto. Me gusta que me pienses, contestó ella desde el otro lado
del mundo, que era su misma ciudad. Sus ojos agatunados se adueñaron, una vez
más, de su imaginación. No pensarte sería un pecado, contestó él. Me gusta
pecar, agregó, pero no en esto. El silencio, ahora, fue largo.