viernes, 28 de julio de 2017


Paredes verdes

Era un caserón con paredes de piedra verdosa y techos a dos aguas perdidos en el cielo. Tenía alfombras de Arabia que amortiguaban los pasos, cuadros traídos de todos los rincones del mundo conocido y del otro, y escaleras interminables que cambiaban cada noche de posición, como si respondieran al capricho de un demiurgo invisible.

Entré a esa casa una noche de tormenta, impulsado por la curiosidad y la necesidad de refugio. Lo hice por una puerta lateral escondida en la pared de la calle, pero a la vista de todos. He sido testigo mudo e involuntario de las sombras de quienes me han precedido, vagando por las habitaciones, susurrando en idiomas olvidados, buscando algo que sin duda perdieron y que les mantiene con vida, aunque ésta la perdieran sin remedio.

No he vuelto a encontrar la salida.ed de la calle pero a la vista de todos. He sigo testigo mudo e involuntario de las sombras de quienes me han precedido, vagando por las habitaciones, susurrando en idiomas olvidados, buscando algo que sin duda perdieron y que les mantiene con vida, aunque ésta la perdieran sin remedio.No he vuelto a encontrar la salida."

 

Un rezo por el hermano Muerte


Estaba subido en un andamio. Buscaba un tomo de Hamlet en mi biblioteca, que no logré encontrar. Por qué Hamlet no lo sé, si mientras revisaba los libros barruntaba versos de Calderón de la Barca, ojos hidrópicos creo que mis ojos deben ser pues cuando es muerte el beber beben más y todo lo que sigue, que mi memoria me traía vaya a saber desde dónde.

No encontré a Hamlet. Bajé de mi altura y salí a caminar. Me crucé en medio de la calle con alguien que no debía estar ahí, correcto y formal, con una mirada severa y paternal que conozco de memoria. Le saludé con la mano entre el gentío que pasaba. Cuando volví a mirar, ya no estaba.

Bajé por una escalera casi escondida al costado de un largo muro. Dos, quizás tres pisos. Los versos de Calderón sonaban ya lejanos. En un rellano vi una galera y un bastón, colocados sobre una butaca. Era una señal convenida: no debía seguir bajando, ya que el dueño estaba trabajando. Volví sobre mis pasos, escalera arriba. Sentado en los escalones estaba su hermano que es el mío, elegantemente vestido de frac, pero sin la chaqueta. Me miró desde el fondo de sus ojos negros, en los que descubrí una infinita tristeza. Nuestro hermano nunca deja de trabajar, me dijo sin modular palabra. Yo respondí en voz alta: ¿quién rezará un padrenuestro cuando muera nuestro hermano Muerte?

Y desperté.

Sueño 2

Muchos años después, Mario recordaba todavía con claridad aquel sueño extraño y terrible, donde un monje anciano en un monasterio perdido escribía la historia de un hombre que soñaba con un monje que escribía. Mario nunca supo quién era el monje, pero éste, reclinado sobre el scriptorium y alumbrado con una pobre vela, sí parecía conocer todo de él...

jueves, 6 de julio de 2017



Cazador de almas

Persiguiendo a una sombra esquiva, el cazador de almas en pena cruzó el oscuro jardín y entró en la sala. Todo estaba cubierto del polvo de siglos, abandonado y frío.

El hombre avanzó hasta el centro de la sala y creyó distinguir a su derecha que la sombra, riendo, subía por una inmensa escalera de piedra en forma de caracol. Con su linterna en una mano y armado solo de su valor, comenzó a subir despacio, esperando ver al espectro en cualquier recodo. Nunca supo en qué momento su papel de cazador cambió sin remedio.

Al llegar al final de la escalera, abrió una pesada puerta y al cerrarla a su espalda entró en una enorme sala de desnudas piedras. “Yo estuve aquí…”, murmuró entre dientes, al reconocer a su derecha la escalera por la cual acababa de subir. Siguiendo el rastro de sus pies sobre el polvo, volvió a subir, persiguiendo a la sombra que se burlaba.

No logró darle alcance ni pudo escapar jamás de su laberinto.


Luces en el horizonte

¿Cómo es posible que existan esas luces?, pensó Lucas parado en la playa y fijando la vista en varios puntos de luz que se veían hacia el este, donde la tierra terminaba y comenzaba el mar. Si no hay nadie, si estoy solo. Será un incendio, se preguntó. Pero desechó esa idea. Los puntos de luz estaban fijos, como si de pronto se hubieran encendido por manos invisibles. Imposible, sentenció Lucas. Yo soy el único que queda, no hay nadie más. Pero, si todos desaparecieron, si todos se fueron quién sabe a dónde y cuándo – perdí la cuenta hace tanto -, ¿de dónde salieron esas luces?

Lucas entrecerró los ojos para ver mejor. Recordó el día que descubrió que estaba solo, que no escuchaba ya voz humana alguna, que no distinguía la figura de nadie, el rostro amigable o el insulto soez: nada. Algo grave debe haber ocurrido en el mundo, una catástrofe que aniquiló a todos, pensó. Pero yo sigo aquí, y las aves y los perros también. Cuando sospechó lo irreversible de su soledad, corrió desesperado hacia la playa y la plaza, hacia el mercado vacío y hacia la carretera. Gritó todos los nombres, todos sus conocidos, sus amigos y enemigos. Al saberse solo, supo que no necesitaba gritar más. Pronto olvidó su nombre.

Se refugió en la que recordaba era su casa. Por lo menos creía reconocerla y diferenciarla de las demás. Siempre lograba encontrar algo que comer – una lata, un mendrugo, alguna fruta – y leña para calentarse. Sin percatarse de ello, se dejó crecer la barba. Una mañana caminó por varios días hasta la ciudad, bajo el sol del diciembre ignorado, pero se detuvo en las afueras. Creyó reconocer la casa de un amor pasado. Varios días se sentó frente a las rejas, recordando amores clandestinos y risas y llantos. Ella tampoco estaba. ¿Dónde estaría?

Y ahora esas luces en el horizonte, hacia el este. No podía ser. Lucas decidió que aquello debía ser de naturaleza aberrante. Resolvió volver a caminar por la playa hasta el horizonte, y gritar y cantar canciones olvidadas para asustar a quienes intentaban romper su soledad.

Los pescadores tempraneros le vieron pasar, cantando y gritando. Pronto, sin que alguien lo advirtiera, Lucas desapareció en el mar.


Los sabios

“¿Quién es ella?”, preguntó la mujer, conociendo la respuesta.

“Ella fue, durante un instante, el amor del resto de mi vida”, respondió él, sabiendo que pronunciaba su epitafio.